De remakes, éxitos y fracasos


De remakes, éxitos y fracasos

Por Jorge Zavaleta Balarezo

Las carteleras de Hollywood y, por lo tanto, del mundo, están llenas de ellos. Como suele decirse en estos casos, los hay de todo tipo y para todos los gustos. Y ante una sequía creativa que ya lleva un buen tiempo, y que solo confirma la crisis de la industria, los remakes son esa expresión crítica, en el mal sentido, tardía, y por lo general nada luminosa (con honrosas excepciones) que aún así concentra la atención del espectador acostumbrado al cine de entretenimiento más o menos ligero (¿hay otro?, claro que sí, y exige más atención pero ese en Lima se conoce por su ausencia).

Nuestros multicines, como colonias o satélites del Gran Hermano hollywoodense, reproducen sus productos empacados. Hablemos solo de los últimos meses: La profecía, Poseidón, Los tuyos, los míos y los nuestros, Los duques de Hazzard, King Kong, Guerra de los  mundos, Sr y. Sra. Smith, Asalto a la cárcel 13, La casa de cera, La matanza de Texas, Terror en la niebla, la nueva aventura de Superman, y la versión de la serie de TV Miami Vice en manos de su hacedor original, Michael Mann.




La sequía, cómo se ve, es grave y llama a reflexiones e interrogantes. ¿Qué está pasando en la fábrica de estrellas? ¿Se acabaron las ideas? Si bien se han retomado géneros, como el terror, o subgéneros, como el de catástrofes, el primero bebe directamente, y no siempre con los mejores resultados, de la fuente primaria japonesa, y allí están para probarlo El aro, Aguas turbias, The grudge

No se han quedado atrás los remakes basados en películas sudamericanas, específicamente argentinas. Nueve reinas, del recientemente fallecido Fabián Bielinsky,  tuvo su versión “made in USA” en Criminal, y K- Pax, el visitante revisaba el título clásico de Eliseo Subiela, Hombre mirando al sudeste.

El remake, como señala la estudiosa española Concepción Cascajosa, es percibido también como un fenómeno multicultural. Ella se refiere, sobre todo, a las películas que Hollywood asimila de cinematografías europeas y las convierte en historias con particularidades propias. Aunque habría que decir, no siempre con identidad propia. Citando a otros teóricos, Cascajosa sostiene que “todos los remakes son interesantes por lo que revelan, ya sea sobre diferencias culturales, sobre diferentes estilos de dirección y orientaciones estéticas, sobre percepciones de clase y género, sobre diferentes periodos socio-históricos y las cambiantes expectativas del público, sobre las dinámicas del filme de género, o simplemente sobre la evolución de las prácticas económicas de la industria”.

Asimismo, anota: “El objetivo del remake contemporáneo no es trasladar un lenguaje, sino una cultura, apelando al aura de sus originales como europeos, serios, complejos, adultos filmes de arte y ensayo mientras domestican precisamente los elementos que crearon esa aura en primer lugar”.

Los remakes son una de las fórmulas que, aunque no siempre garantizan seguridad ni buenas taquillas, sí mantienen a la industria, quizá en espera de tiempos mejores. La pregunta es si éstos vendrán.

Habiendo tomado la posta de las cintas netamente originales, éstas surgen del circuito independiente o son obra de directores o productores más bien acostumbrados a un trabajo sin demasiadas ataduras con el sistema. La cartelera local ha brindado en estos meses los casos de Buenas noches y buena suerte y El nuevo mundo como ejemplos virtuosos de un cine por el que nosotros también pugnamos, más allá de las mil y un repeticiones.

Pero hasta los maestros del cine y los aspirantes a tal no se escapan de la ola de reiteraciones. Scorsese rueda The departed, a partir de una cinta china. El genio ítalo norteamericano ya hizo el remake -una auténtica versión pesadillesca- de  Cabo de miedo en 1991. Y recordemos que Gus Van Sant intentó un trabajo personalísimo, con resultados harto discutibles, copiando plano por plano y aprovechando incluso la partitura de Bernard Herrmann en Psicosis. Brian de Palma, no fue ajeno tampoco a esta tendencia aunque él sí le dio un santo y seña gloriosos a su versión ochentera de la recordada teleserie Los intocables con escenas de antología. E intentó un producto sui generis en los 70 homenajeando el Blow up de Antonioni en El sonido de la muerte.

Hacer una nueva versión de una película no es, sin embargo, un gran acontecimiento de estos tiempos, pues, de una parte, pueden rastrearse remakes desde las épocas heroicas de Hollywod, y, además, una película con argumento original ha servido de base a otras que quisieran emularla. Es como si se representara aquello que Borges pensaba de la literatura, la idea según la cual toda ella no era sino una gran narración.

Para el caso, vale recordar los remakes fastuosos de Ben Hur y Los diez mandamientos, hoy limitados a la exhibición de Semana Santa por televisión. Existe también el caso del maestro Leo Mc Carey, que filmó dos veces su historia Algo para recordar, la primera versión con Irene Dunne y Charles Boyer y la segunda con Cary Grant y Deborah Kerr. Incluso existe una tercera versión de los años 90. McCarey es un caso con trasfondo netamente romántico y nostálgico. Igualmente particular es el mismísimo Alfred Hitchcock, quien rodó El hombre que sabía demasiado, inicialmente en blanco y negro en Inglaterra, y luego con todo el presupuesto y las facilidades del caso en Estados Unidos.

Un filón explotado muchas veces con ligereza, falta de audacia y esmero, es el de los remakes de series televisivas. Su sello, en algunos casos, es la aparición del personaje o alguno de los personajes de la referida teleserie, pero cintas como Los ángeles de Charlie o Starsky y Hutch solo demuestran lo deleznable que puede llegar a ser, a veces, el cine, proponiéndoselo o no, aunque también hay que agradecer, en el caso de la primera, el impecable lucimiento de Cameron Diaz en bikini. No todo puede ser tan malo siempre. En este mismo campo, Nicole Kidman intentó encantar a la platea reviviendo los curiosos movimientos de nariz de Elizabeth Montgomery en Hechizada, con  resultados no más allá del promedio.

Y  hay otros títulos, algunos tibiamente más redondos que otros:  Perdidos en el espacio, Los Picapiedra, Los nuevos ricos, Más barato por docena,  S.W.A.T. Los motivos para llevar al cine un “resumen” de una teleserie pueden atribuirse sobre todo al éxito, entre aquello que ahora se llama “imaginario colectivo”, del respectivo patrón original. Aunque algunos digan que ha habido series pésimas con su infaltable correspondencia fílmica. Y justo de ello hablamos. El hecho es que, una vez más, se puede dar la vuelta a la tortilla, y encontrar un filme mejor de lo esperado a partir de una serie que, digamos, fue mediocre o tan solo tentó la fama.

Para estos casos, el papel de los personajes principales, fácilmente recordados por un público cautivo y quizá hasta nostálgico de la serie puede ayudar a encontrar el camino del éxito. La referida Hechizada tenía la atracción indudable de Nicole Kidman, lo que la hacía supuesta garantía de triunfo, teniendo en cuenta que ella es una superestrella. Pero además, y ya hablando de moral y conservadurismo, retomaba al ama de casa, madre y esposa ideal que protagonizó uno de los programas televisivos norteamericanos de mayor impacto en la década de 1960. Si a ello le agregamos el evidente sentido cómico de la cinta, todo auguraba un gran estreno mundial. A estas alturas, la Kidman ya es camaleónica y muy versátil y quizá su propio rol en Hechizada quede como uno de los mejores recuerdos que sus rendidos admiradores o tan solo el público infantil tengan de ella.

El relativo éxito comercial de Hechizada ha llevado a los ejecutivos de las majors a pensar en un inmediato “revival” que continúa con Mi bella genio, El crucero del Amor, CHIPS: Patrulla motorizada y quizá hasta otras de esas teleseries caseras producidas por el hace poco fallecido Aaron Spelling.

Como el remake tiene que ver, también, con el relativo tiempo que ha transcurrido desde la película original, hay que entender que presenta actualizaciones de época, escenarios, vestuarios, es decir contemporiza la historia inicial. Y en ello puede hacerse una comparación con la evolución experimentada por la tecnología del audio y vídeo y los soportes que éstos  brindan a los largometrajes. Nos explicamos. Por ejemplo, el entrañable King Kong en blanco y negro de 1933 podría ser comparado con un antiguo disco de acetato; el remake de John Guillermin, de fines de los 70, a mayor lucimiento de la sensual Jessica Lange,  correspondería al casete, y la versión protagonizada por Naomi Watts sería ya totalmente digital. Y la comparación no es ociosa, porque cada era crea sus propias novedades, basta ver la versión de Peter Jackson, para fijarse en los pixelados y creaciones por ordenador que señalan la vanguardia en efectos especiales.

Habría que preguntarse, asimismo, en cuanto al tema de los guiones, cuán productivos resultan éstos. Si consideramos trabajos como las recientes Alfie, The italian job, o, un poco más lejanas, The Thomas Crown affair o La huida pues no hay mucho que decir. La idea básica se mantiene, los plots, los trucos, todo conduce al mismo destino. Los guionistas no parecen querer esforzarse y, menos, arriesgar. Que, por cierto, es otra característica de la gran industria americana: la tendencia a una “innovación conservadora”. Algo ligado, lógica o eventualmente, a la moral pública o incluso al gobierno de turno.

Pero hay casos más ricos y dignos de estudiar. Allí tenemos la versión que hizo Steven Soderbergh de Solaris. No contaba exactamente la historia de la obra maestra de Tarkovski sino que recurrió  a la fuente original, la novela de Stanislaw Lem.  Esta, por lo tanto, es una opción más compleja y personal.

Sucede igualmente que cuando el cineasta es un autor, no solo reconocido por crítica y público, sino que se considera como tal por derecho propio, sea por su habilidad y trayectoria, se dan casos singulares. Citemos las relativamente recientes El candidato de Manchuria, de Jonathan Demme, quien, algo postergado después del hit de El silencio de los inocentes, gestó una interesante propuesta en torno al clásico sesentero de John Frakenheimer. El inglés Neil Jordan hizo su propia relectura de Un gran ladrón, un clásico de Jean Pierre Melville, y con la ayuda de Nick Nolte en el rol protagónico construyó un  filme de espíritu y entusiasmos, pero que también retrataba el lado tortuoso de su protagonista. Y otro talento como Christopher Nolan, avalado hoy por sus visibles conquistas, reelaboró con tacto y tino propios una cinta noruega para dar forma a su extraña Insomnia.

Acercándonos ahora a la pregunta sobre el futuro de Hollywood a partir de esta fiebre incesante de nuevas versiones fílmicas, valdría la pena comentar también esa función, igualmente compleja e interesante, que pertenece al mundo de los estudios sobre comunicación,   que es la intención y función de los remakes en tanto fenómeno “mass media”.

En efecto, un remake, más temprano que tarde, fija un referente en el, llamémosle así, “espacio fílmico”, en el ámbito de las producciones, e igualmente fija una referencia cinematográfica. Por ejemplo, los espectadores de Herbie, en sentido cronólogico o “histórico” y sobre todo generacional, vendrían a ser los hijos, herederos, de la primera versión, conocida como Cupido motorizado. La referencia  a esta cinta, que funciona igual para el caso de Poseidón y su antecesora, nos señala con claridad ese espacio de exposición, contemporización y reactualización del que da cuenta un remake.



Cuando la película pertenece a un director más renombrado, el hecho se convierte en un verdadero fenómeno artístico, despertando ansias de crítica y debate más allá de los valores de la película. El citado caso de las teleseries resumidas y empaquetadas para la pantalla grande también nos sirve para explicar aquello que incluso podríamos denominar “necesidad” de actualización  o tan solo una apuesta, como para probar suerte.

El caso es que, como el cine es, en sí, un hecho cultural, que establece referentes y es un referente en sí mismo, sus expresiones nos guían en un viaje en el tiempo. Otro caso para ayudar a esta reflexión viene a la memoria con el último estreno de El despertar del diablo, una versión que no le hace demasiado favor a la cinta original de Wes Craven (The hills have eyes), de fines de los años 70, pero  va en la línea de lo que afirmamos: confirma cómo, tras un  tiempo relativamente largo es posible reactualizar una historia y hacerla “visible”  y “posible” a los ojos de nuevas generaciones.

Entiéndase así que si bien el remake es, dentro de los cánones de Hollywood, una apuesta comercial, no solo representa un capricho por la representación reiterada sino que se planifica a partir de elementos que marcan la coyuntura. Y estos, como se ha visto, tienen que ver muchas veces no solo con el simple cine de entretenimiento sino con hechos políticos, económicos, sociales. Y es que el cine, en la medida que es un fenómeno cultural, rostro de una nación, está sólidamente vinculado a esas manifestaciones de la vida pública.

No es nada nuevo decir que vendrán más  remakes, pues es la tendencia actual del cine norteamericano. Ya sea tomando más referentes extranjeros, como la coreana Il mare que dio lugar a La casa del lago,  o propios. El cine, un arte completo por excelencia, es democrático en ese sentido: expresa el sentir, como diría Truman Capote, de nuevas voces y nuevos ámbitos.


(Publicado originalmente en Butaca, revista de la Universidad de San Marcos, Lima -2005)

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