¿Existe un cine peruano?


 Por Jorge Zavaleta Balarezo*                              
Con el triunfo de La teta asustada en el Festival de Berlín, en 2010, y el inédito éxito taquillero de AsuMare, poco después, comenzaron a surgir voces que insinuaban, reclamaban, sugerían o postulaban el nacimiento -por fin- de una industria cinematográfica en el Perú.
Ha pasado el tiempo, siempre volátil y traicionero, más aún en un país como el nuestro, y todas esas demandas se han visto acalladas ante una realidad que se impone a diario, guiada por una malévola política que vive y explota la corrupción y que posterga cualquier propuesta cultural, dejando las expresiones de ésta en una suerte de vacío.



Está terminando 2018 y la Ley del Cine y el Audiovisual no ha conseguido su aprobación en el Congreso, por la propia coyuntura que se vive y porque, obviamente, no es considerada una ley “urgente” que tampoco rinde réditos políticos.
Entonces, ¿en qué situación encontramos al cine peruano? Ante todo, saludamos la elección de Wiñaypacha, hablada en aymara y de bellas imágenes, como nuestra preseleccionada para los Oscar. Por lo demás, el cine nacional presenta propuestas a veces tibiamente relevantes, como Rosa mística, del veterano realizador Augusto Tamayo San Román, quien ofrece siempre esmeradas puestas en escena, como lo demostró en Una sombra al frente, y cuya mejor película sigue siendo El bien esquivo. Otros estrenos recientes no merecen mayor atención, como Utopía o Caiga quien caiga, porque, en su afán “realista” formulan su propia debilidad. Con todo, se trata de películas que acceden, siquiera por una semana, al circuito comercial, un deseo que no se hace realidad para decenas de cintas que se producen desde hace un tiempo en provincias y que, no solo por el problema secular y politizado  del centralismo, mantiene un “estado de cosas”  que también debería ser considerado a la hora de proponer legislaciones o cambios de “fondo”.
Al mismo tiempo, creemos que entre la variedad e intenciones que ahora muestra el cine peruano, sería ideal la apertura de los exhibidores y cadenas de cines, para que  exista un real conocimiento de nuestra cinematografía contemporánea. Hay que aceptar, por otra parte, que el espectador promedio no necesariamente sigue y menos celebra la producción nacional. No ocurre, obviamente, como en Argentina, donde a fines de los años 90 nació un “Nuevo Cine” o como en Brasil, ambas naciones con una poderosa tradición cinematográfica. Pero al mismo tiempo, no está ocurriendo como en Chile, a quien siempre vemos como un espejo o un termómetro o un enemigo que quedó de una guerra sin lógica, como son todas las guerras. Chile obtuvo el Oscar este año con Una mujer fantástica y ha producido filmes como Neruda y El club, ejemplos de una cinematografía novedosa, en creciente alza, la cual ha logrado articular propuestas para diversos públicos.
El cine que se hace en provincias, del cual dan cuenta, al menos en una parte, Emilio Bustamante y Jaime Luna Victoria en un valioso volumen, reúne ciertas características y una de ellas es la producción independiente, al margen de concursos y canales oficiales que, por otra parte, son insuficientes y más de una vez demuestran una ceguera hacia el arte de las imágenes animadas. El tema de los “jarjachas” y las cintas de Palito Ortega, Melintón Eusebio o Flaviano Quispe, además de la de otros cineastas, ha demostrado que los Andes peruanos -con un centro simbólico en Ayacucho- son un escenario que sigue siendo, no solo para el cine, la matriz de un tema y un conflicto aún irresuelto  y que sitúa sus historias a pocos años de la Guerra Interna.
Sobre este tópico, películas como La hora final, La última tarde, La última noticia, han tenido desigual acogida y fortuna crítica. Sin embargo, demuestran que el tema sigue vigente. Vendría al caso proponer que se amplíe la visión de estos filmes, por ejemplo en colegios y en las ahora numerosas y multiplicadas universidades para que, por fin, los estudiantes asimilen, por una parte, la realidad de la guerra declarada por Sendero Luminoso y el MRTA, y, por otra, para que los centros de educación superior se comprometan con nuestra historia y no procuren ser simplemente instituciones que siguen ciegamente “las leyes del mercado” en un contexto de economía neoliberal.
Este, creemos, va a ser también el problema que la nueva Ley de Cine va a tener que afrontar: una batalla contra la forma de diseñar y administrar la economía del Ministerio correspondiente ante una propuesta artística y cultural pensada para el país.
Los años recientes del cine peruano, incluyendo el “cine de la memoria”, y proponiendo una mirada sui generis de nuestras películas, han sido revisados y analizados por la profesora y crítica británica Sarah Barrow en su libro Contemporary Peruvian Cinema: History, Identity and Violence on Screen. Recomendamos su atenta lectura para reformular algunos "paradigmas” tradicionales y lugares comunes sobre el cine peruano. La profesora Sarah Barrow es la primera académica extranjera que ofrece un acercamiento global y a la vez detallado a nuestro cine, a sus carencias, debilidades, pero también a sus fortalezas, aquellas que lo mantienen vivo desde diversos frentes, movimientos y esferas.  
*Ph.D. - Department of Hispanic Languages and Literatures - University of Pittsburgh
Profesor de Cine y Literatura de América Latina

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