Código 46: Laberintos del futuro
Sin duda, en Lima
estamos en desventaja y desactualizados respecto a la obra de Michael
Winterbottom (Lancashire, 1961), uno de los realizadores británicos más destacados
a partir de la década del 90. El estreno
de “Código 46” no solo es un novedoso acontecimiento sino la primera
exhibición en la cartelera comercial de un filme de Winterbottom, quien ya ha
estrenado el siguiente en todo el mundo, el polémico “9 songs”, y está en la
fase final de producción de “A cock and bull story”
Aparte de la
intrínseca calidad de su obra, es destacable en ella su carácter prolífico pues
produce una película por año. Con “Bienvenidos a Sarajevo” dio una primera
llamada de atención masiva y, sobre todo entre la juventud que gusta del rock,
fue muy apreciada su “24 hour party people”, en torno a la movida ochentera de
Manchester que dio frutos tan excelsos como Joy Division. También
“Wonderland” y “In This World”, son
estimadas por crítica y público. La segunda, que algún distribuidor debería
animarse a traer por aquí, ganó el Oso de Oro en Berlín (2003).
Pues bien,
“Código 46” es un relato de ciencia ficción, en un futuro que ahora ya no nos
parece demasiado lejano ni ajeno y que
nos remite, por las situaciones, el ambiente y la escenografía a la “cult
movie” “Blade Runner”. Estamos en una época donde las clonaciones, el avance
de la genética, las zonas de seguridad y
un singular orden -o desorden-, en un
mundo frío y aséptico, marcan la pauta. Así, Tim Robbins es un investigador que
llega a una megalópolis tan multicultural como Shangai para descubrir quién
está falsificando los pases necesarios para trasladarse de un lugar a otro en
este mundo incierto.
Producto de sus
pesquisas, descubre a la culpable (Samantha Morton) pero, a la vez, surge el amor entre ellos.
Entonces la trama toma unos giros que también le deben a esa mirada romántica,
alejada y subjetiva, propia de un
Tarkovsky. Los hechos, que aparentemente podrían conducir a un desenlace sin
mayores sobresaltos, por el contrario encuentran una solución confusa, ligada a
los propios elementos que nos brinda el relato: la violación de código 46 del
título, aquel según el cual dos personas compatibles genéticamente -con el mismo ADN- no pueden procrear. Algo
que nos recuerda a “Un mundo feliz”, la célebre novela de Aldous Huxley.
Winterbottom -lo
vimos en “24 hour party people”- es un magnífico creador de atmósferas
rebeldes, con gente hastiada,
angustiada, viviendo al borde. En “Código 46” la huida es algo más que
un objetivo o un fin, lo es todo. Por ello, cuando Robbins y Morton se evaden,
sin mayores explicaciones, ni siquiera entre ellos, sentimos que hay una
búsqueda de un vacío disfrazado de paraíso.
A las imágenes de la urbe cosmopolita, el
desierto inmenso y amenazante y las
tomas en vídeo de ciertas locaciones, se une la música de Free Association, que
capta, con muy buen ritmo, cada escena, cada
momento de este filme tenso, capaz de desnudar caracteres y conciencias.
Fiel a su gusto melómano, Winterbottom nos lleva a escuchar a The Clash (en la
escena de la taberna) esta vez en la voz de un cantante incidental, o a Bob
Marley, recreado por los protagonistas, y acompaña los créditos finales -por
cierto, muy atípicos tanto como los iniciales- con un tema de Coldplay, uno de
los grupos de mayor vigencia en estos años.
Es, pues, “Código
46” no solo una fantasía futurista sino una crítica a los sistemas opresores,
que cuestionan la libertad. Es también una mirada a la vida del mañana, teñida,
en las circunstancias de la pareja protagonista, de un anhelo romántico, que quiere alejarse
del desencanto aunque bien se pueda dar de bruces contra él y de la manera
menos esperada. Pero, más aún, esta película sintoniza, en su juego de
relaciones humanas, de alienación y
pérdidas, con esa hipermodernidad que nos han transmitido filmes como “Eterno
resplandor de una mente sin recuerdos” y “Reconstrucción de un amor”. “Código
46” les lleva ventaja a esto.Y algo más:
el personaje de la delicada Samantha Morton -Maria Gonzales- queda para el
recuerdo.
(www.peruninforma.com 7 de mayo, 2005)
(Butaca, año 7 número 25,
p.13, agosto 2005)
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