Luchino Visconti, el soñador neorrealista
Luchino
Visconti, el soñador neorrealista
El conde milanés Luchino
Visconti, descendiente de una nobleza que en un mundo como el de hoy no parece
más que una circunstancia, pasó a la historia no por su origen sino por su
eminente trabajo como cineasta, autor de títulos fundamentales, varios de ellos
vinculados y representativos del neorrealismo italiano. Allí están, para
probarlo, “Obsesión”, “Las noches blancas”, “La tierra tiembla”, “Senzo”, “Muerte
en Venecia”, “El gatopardo”, “Los malditos” y “Grupo de familia”.
Cineasta sensible,
consciente de su condición homosexual -que le llevaría a elegir ciertos tipos
de actores a los cuales consideraba modélicos para sus películas- en Visconti
reside la certeza por capturar el instante preciso en el cual se consuman
hechos definitivos. Esta es una característica puntual de su primer filme,
“Obsesión” (1943), considerado como el trabajo que inaugura la influencia del
neorrealismo. Massimo Girotti se une a Clara
Calamai en esta aventura de amor, tragedia y muerte, bañada por el populismo
que se observa en las calles y plazas de una ciudad italiana en plena Segunda
Guerra Mundial. Sabemos que el neorrealismo, para confirmar la vocación de su
manifiesto, eligió filmar en vías y arterias citadinas, no en estudios ni
locaciones. Igualmente, sus principales representantes, como el gran Vittorio
de Sica, prefirieron trabajar con actores “naturales”, en contraposición a los “profesionales”,
y el ejemplo más revelador de ello es el protagonista de “Ladrón de
bicicletas”.
En “Obsesión”, basada en la
novela de James M. Cain, “El cartero llama dos veces”, a su vez realizada en
Hollywood dos veces y con resultados muy distintos, los temas éticos y morales
así como la representación de la culpa y el deseo están muy presentes. Ya en
esta película auroral Visconti define, como lo haría Rossellini en “Roma,
ciudad abierta”, ciertos principios del movimiento artístico que comienza a
echar raíces: el uso del plano secuencia, la profundidad de campo, ciertos
niveles de iluminación, todas constituyen herramientas estéticas y de
representación fílmica que se van a ampliar y a volver indispensables en las
sucesivas películas que se produzcan a la luz del neorrealismo: “Umberto D”,
esa crónica de la soledad y del abandono narrada por De Sica; “Paisa”, y dureza de su historia en tiempos de
un conflicto global; “Alemania, año
cero” y la certeza de la destrucción de la humanidad.
En “Senzo”, una de sus
películas más aclamadas, Visconti encarga los roles protagónicos a Alida Valli,
una de las actrices más hermosas que ha producido la historia del cine, y a Farley
Granger, actor conocido por haber actuado para Hitchcock en “Pacto siniestro”.
La historia bebe de una fuente romántica y está situada también en tiempos de
conflicto, revelando la desesperación y la angustia de una noble dama, aquella
encarnada por la Valli, quien recorre, desesperada, las calles de Venecia tratando
de encontrar el amor que la rehúye. Película gloriosa, operática, concebida más
bien como gran producción, ella marca una distancia del Visconti primigenio,
que después de “Obsesión” nos había entregado otra muestra neorrealista con “La
tierra tiembla”, crónica de un pueblo de pescadores que sobrevive a una
situación de pobreza.
Visconti actuaba asimismo
como un diseccionador de los conflictos de la sociedad de su tiempo. Su “sentido
del cine”, para usar el término de Eiseinstein, está vinculado a una
preocupación estética y formal y a su propia responsabilidad de convertir al
cine en expresión social. En “Las noches blancas”, aún en los márgenes del
neorrealismo, Marcello Mastroianni y Maria Schell protagonizan una historia
romántica, tomada de una narración de Dostoievski, que comienza de la manera más inocente para
convertirse en un drama de dimensiones conflictuadas y difíciles. Así era Luchino
Visconti, un director preocupado por las reacciones de sus personajes, o por
sus intimidades y ambiciones.
Cuando decidió filmar la
novela de Thomas Mann, “Muerte en Venecia”, eligió a Dirk Bogarde, uno de los
grandes actores que tuvo el cine en los años 50 y 60. Bogarde da vida al hombre
adinerado, intelectual, que se siente atraído por un adolescente. Un personaje
maduro en plena decadencia. Visconti supo captar el espíritu y la esencia de la
novela de Mann y los planos y las
delicadas imágenes de su película, colmadas de plasticidad, nos acercan a un
universo en el cual los conflictos parecen llegar a un estado de desesperación.
En “Los malditos” descubrió
a Helmut Berger, por entonces un joven artista y quien después tendría una
carrera muy irregular. Es esta una obra que narra los temibles y oscuros orígenes
del nazismo, y en la cual nuevamente está presente Dirk Bogarde así como la
actriz sueca Ingrid Thulin. Visconti apuesta por la mirada realista, inquieta,
que anticipa y critica el holocausto y la tragedia.
“Grupo de Familia” convocó de nuevo a Berger
pero sobre todo reunió a los magníficos Burt Lancaster y Silvana Mangano en un
relato que nos hablaba, incluso con furia, de la crisis y decadencia de un
colectivo familiar, atravesado por sus propias rencillas y mezquindades.
Lancaster ya había protagonizado para Visconti “El gatopardo”, una obra
mayúscula que recrea la novela de Di Lampedusa, acercándonos a una Italia
agraria, conservadora, cuyos líderes se niegan a cambiar las anquilosadas
estructuras sobre las que se sostienen sus privilegios y ventajas. Otra vez,
estamos ante el Visconti que actúa como crítico social, esta vez también
preocupado por el discurrir de la política, e interesado en graficar la caída
de una clase acomodada, en una película que nos mostró el talento de los por
entonces muy jóvenes y entusiastas Alain Delon y Claudia Cardinale.
“Rocco y sus hermanos”, que
gira en torno a la vida de un boxeador, marcó un retorno a las fuentes
realistas y en un blanco y negro que se fija en la retina del espectador,
capturó esos instantes sensibles en que el hombre se siente derrotado, víctima
de la injusticia de la sociedad y enfrentado a su propia familia. Alain Delon,
Renato Salvatori y Annie Girardot participaron de esta aventura en la cual el
sello viscontiano -siempre preocupado por los destinos de sus personajes, que
los lleva más allá de sus deseos y aspiraciones- se expresa de una madera
cruda, desnuda, visceral.
Luchino Visconti falleció en
1976 después de haber realizado una veintena de títulos, entre los cuales, por
supuesto, no podemos olvidar ese personalísimo proyecto llamado “Bellísima”,
otro de los momentos mágicos del neorrealismo, que descubre a la virtuosa Anna
Magnani como la madre interesada en que su pequeña hija triunfe en el cine. El neorrealismo tiene en él a uno de sus
padres y fundadores. Visconti fue extremo muchas veces, sabía narrar historias
con gran oficio y controlar la capacidad histriónica, a veces desbordante, de
las personas a las que dirigía. En él, como quería André Bazin, el prestigiado
crítico francés que se acercó asombrado al neorrealismo, descubrimos al “autor”
y en su obra se cumplen los requisitos formales de lo que el propio Bazin
concebía como la “puesta en escena”.
El cine de hoy está en deuda
con Visconti aunque estos sean tiempos de grandes taquillas, por un lado,
provenientes de la saturante industria de Hollywood, y, por otro, de
permanentes experimentaciones, como puede apreciarse en las películas premiadas
en festivales internacionales, por ejemplo las más recientes de Michael Haneke
o Lucrecia Martel, dos extremos que, sin embargo, coinciden a la hora de considerar
un cine que responde y respeta parámetros de suficiencia estética y
tecnológica. El aura de Visconti acompaña, desde su vasta impronta creativa,
estos nuevos productos que el cine, concebido ahora como una industria cultural
global, nos entrega para que descubramos cómo y por qué continúa siendo, a
estas alturas, una acabada expresión de talento y trabajo en equipo.
JZB, aprendió a escribir sobre cine a los seis años, cuando su madre llevaba a Jorge y July
ResponderBorrara la funcion sabatina en Trujillo, en el norte del Perú. Su madre trasmitió esta vocación porque ella, en su infancia en Chiclín, apreció cine todos los dias. Su padre un diestro especialista en en mantener la maquinaria agrícola compartió su experiencia en la empresa productora de azúcar, de un migrante italiano, poco común para todos los tiempos. Ese pionero llevó cine, museografía, arte y música. Más tarde creó el primer hospital psiquiátrico en América Latina. un museo, recopilando vestigios de las culturas preincas.