Del terror y otros demonios (cinéfilos)
Recuerdo haber presenciado en mi niñez, en la década del 70, desde los
primeros años en que ya el cine me llamaba con pasión, y luego también
en parte de mi adolescencia, esos “clásicos del terror” con los que se impuso
la productora inglesa Hammer a fines de los años 50. Turgentes y bellas rubias
huían y eran víctimas, finalmente, de monstruos y bestias, en películas
protagonizadas ya sea por Peter Cushing, Christopher Lee o Vincent Price, entre
los más conocidos, y que actuaron y a veces dieron vida a míticos seres para
nada normales: Drácula, el Hombre Lobo, La Momia, entre muchos otros.
Las
blondas damiselas de la Hammer escapaban a gritos, horrorizadas, en parajes
misteriosos. Los monstruos hacían de las suyas. Quedaba yo sorprendido en aquel
despliegue intenso en ambientes turbios, oscuros, crueles y ominosos. Un
universo que, con el tiempo, me llevaría a otras obras singulares, filmadas
antes de que yo viera este mundo o lo conociera muy poco. Dos ejemplos: “La
noche de los muertos vivientes” (1968), del gran George A. Romero, y “La
matanza de Texas” (1974), de Tobe Hooper, clásicos que crearon escuela y hoy
son considerados “filmes de culto”.
A
mediados de los 70, la alarmista prensa de distintas ciudades latinas citaba
que ciertos espectadores de “El exorcista” sufrían infartos en plena
proyección. Aquella película de William Friedkin (el mismo director de la
notable “Contacto en Francia”, ganadora del Oscar), y con el protagonismo de la
infantil Linda Blair sí que dio mucho que decir. Tuvo dos secuelas, que no le
hicieron mucho favor. Y, hace unos meses, una “precuela”, más olvidable aún.
Antes y
después de ello, el “gore”, por un lado,
y las a veces elementales películas del italiano Darío Argento -cuya
hija, Asia Argento, es hoy una deliciosa y cotizada modelo y también actriz -
se unían al género del “cine terror”. Los títulos del “gore” -esa visión
siempre lo más completa posible de maldad y vísceras, con mucha sangre- se multiplicaron
hasta encontrar su plenitud en la década del
80, así no gozaran mucho del favor de un público mayoritario. El propio
Peter Jackson, cineasta neozelandés, hacedor de la trilogía del “Señor de los
anillos” y quien este año estrena su versión de “King Kong”, rodó varias
películas que se enmarcan en ese género. Claro, mucho antes de que diera el
salto a Hollywood y antes también de su maravillosa “Criaturas celestiales”,
una cinta de antología, no exenta de ciertas rarezas.
A John
Carpenter lo incluimos asimismo en este “reino del terror” y no sólo por su
exitosa “Halloween”. Los casos de “La niebla” “La cosa”, “El pueblo de los
malditos” o “Príncipe de las tinieblas”, otros filmes suyos, son testimonio
puntual de un mundo paranormal y que motiva, literalmente, sobresaltos en el
espectador. El maestro Brian de Palma, con la telekinética “Carrie”, no
necesariamente en estos predios terroríficos pero sí con mucho suspenso y
hemoglobina, también aportó lo suyo.
A fines
de los 90, Wes Craven, que antes ya había probado fortuna con experiencias del
“gore” y el horror, con bastante
fortuna, realizó la trilogía de
“Scream”. El lenguaje paródico y autorreferencial, metacinematográfico, de la
primera parte fue una saludable sorpresa. Las dos secuelas se pueden obviar con
facilidad.
Y así,
en este breve recorrido, en el que por supuesto no olvidamos a genios
fundacionales de la actuación en el terror, como Bela Lugosi y Boris Karloff,
llegamos a seudo intentos que son sólo eso. Por ejemplo, las mediocres muestras
de los años 90 como “Sé lo que hicieron
el verano pasado” o “Leyenda urbana” o, recientemente, ese desastre llamado “La
casa de cera” que se inclinan, sin ninguna dirección -falta talento y riesgo,
muchachos-, por una “revitalización” del género.
“El
proyecto de la bruja de Blair” fue relativamente casi el último eslabón de la
cadena y, aunque el marketing manda ahora más que nunca, esta película
supuestamente “verista” y “documental” despertó la curiosidad de un público
mayoritariamente adolescente y juvenil, ansioso de ver cómo se despliegan, en
la pantalla, ciertos horrores tanáticos y delirios de persecución. Sin embargo,
el resultado tampoco es muy positivo.
Hoy el
cine de terror japonés genera aplausos y despierta entusiasmos, incluso induce
a inmediatos “remakes” americanos. “El aro”, “El ojo” “Aguas oscuras” y un
interesante puñado de títulos ciertamente apreciables nos hablan del gran
fenómeno del sétimo arte asiático, también en los predios del horror y lo
extraño.
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