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¿Existe un cine peruano?

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 Por Jorge Zavaleta Balarezo*                               Con el triunfo de La teta asustada en el Festival de Berlín, en 2010, y el inédito éxito taquillero de AsuMare , poco después, comenzaron a surgir voces que insinuaban, reclamaban, sugerían o postulaban el nacimiento -por fin- de una industria cinematográfica en el Perú. Ha pasado el tiempo, siempre volátil y traicionero, más aún en un país como el nuestro, y todas esas demandas se han visto acalladas ante una realidad que se impone a diario, guiada por una malévola política que vive y explota la corrupción y que posterga cualquier propuesta cultural, dejando las expresiones de ésta en una suerte de vacío. Está terminando 2018 y la Ley del Cine y el Audiovisual no ha conseguido su aprobación en el Congreso, por la propia coyuntura que se vive y porque, obviamente, no es considerada una ley “urgente” que tampoco rinde réditos políticos. Entonces, ¿en qué situación encontramos al cine peruano? Ante todo, salu

Roma

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Es cierto, por una parte, que “Roma” tarda demasiado en comenzar y utiliza morosamente el tiempo en anticipos de lo que realmente constituye el relato que narra el film. Esto puede contribuir a cierto cansancio del espectador, o hasta alguna no declarada indiferencia, sobre todo si la cinta se promociona como uno de los grandes éxitos del año. Por otra parte el director Alfonso Cuarón, un mexicano que vuelve a su país luego de los lauros obtenidos con “Gravity” y quien comenzó a destacar con la “road movie” “Y tu mamá también”, intenta tal vez aquella película de “arte y ensayo” a la que aspira generalmente un cineasta influenciado por los grandes maestros y poetas del cine, digamos Bergman, Antonioni, Tarkovsky y Bresson, por citar unos cuantos.  Pero, lamentablemente, Cuarón no acierta en ese deseo que aún así    se plasma en la pantalla, a través de planos secuencia, planos generales, y sobre todo en la oposición de clases sociales que muestra a la familia acomodada de

Camino a la perdición

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“Camino a la perdición” Por Jorge Zavaleta Balarezo “Camino a la perdición”es el segundo largo del británico Sam Mendes, cuyos orígenes se remontan a la escena teatral, y que dirigió, con buena fortuna la ganadora del Oscar “Belleza americana”. En ella, Mendes nos presentaba a una familia promedio de la trivializada sociedad de consumo de EE UU, con sus filias y sus fobias, sus encuentros y desencuentros. Ahora, más bien, el cineasta cambia el registro y se traslada a la década de los 30, siempre en Norteamérica, época de gángsters, mafia, prohibición y la histórica Depresión. Es en este ambiente donde conocemos a Michael Sullivan (Tom Hanks), un sicario de la mafia que le debe su crianza, y por ello le sirve a ese especie de “don” irlandés que representa John Rooney (Paul Newman, en la etapa invernal de su carrera). Pero el relato se concentrará en la relación padre-hijo entre Sullivan   y el Michael de doce años (Tyler Hoechlin). Este, por curiosidad pero

Bohemian Rhapsody

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“Bohemian Rapsody” es un vívido y logrado retrato de la vida y carrera de Freddie Mercury y la afamada banda Queen. Para los fanáticos y seguidores mucho de lo que muestra la película no será más que recreación puntual de lo ya conocido, pero para los neófitos y debutantes las imágenes de esta película representarán una novedad sin atenuantes. El director Bryan Singer, quien se dio a conocer en los años 90 con una película que hoy es de culto, “Sospechosos comunes”, logra ensamblar, a través de logradas secuencias, los aspectos más relevantes en la existencia de un ídolo del rock y va en busca de sus raíces familiares, como de su talento y dones innatos para la música al tiempo que toca el tema de la homosexualidad de Mercury como un asunto que cobra vigencia y gravedad cuando se contagia de sida. Y en el arco temporal que “Bohemian Rapsody”   plantea está contenida toda la historia de Queen, por lo tanto está contada al ritmo de sus más relevantes éxitos , desde el que da

Del terror y otros demonios (cinéfilos)

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Recuerdo haber presenciado en mi niñez, en la década del 70, desde los primeros años en que ya el cine me llamaba con pasión, y luego también en parte de mi adolescencia, esos “clásicos del terror” con los que se impuso la productora inglesa Hammer a fines de los años 50. Turgentes y bellas rubias huían y eran víctimas, finalmente, de monstruos y bestias, en películas protagonizadas ya sea por Peter Cushing, Christopher Lee o Vincent Price, entre los más conocidos, y que actuaron y a veces dieron vida a míticos seres para nada normales: Drácula, el Hombre Lobo, La Momia, entre muchos otros. Las blondas damiselas de la Hammer escapaban a gritos, horrorizadas, en parajes misteriosos. Los monstruos hacían de las suyas. Quedaba yo sorprendido en aquel despliegue intenso en ambientes turbios, oscuros, crueles y ominosos. Un universo que, con el tiempo, me llevaría a otras obras singulares, filmadas antes de que yo viera este mundo o lo conociera muy poco. Dos ejemplos: “La no

Madame

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Detrás del empaque de película europea con aire hollywoodense y reparto internacional,   Madame toca un tema más grave y sensible que es en realidad el principal y el que guía la trama. El matrimonio de afortunados seres formado por Harvey Keitel y Toni Collete (en una transformación física de veras sorprendente) organiza en su mansión parisina una cena en la que sin embargo y haciéndole caso a la mala suerte, Tori advierte que totalizarán trece asistentes. Entonces recurre a Rossy De Palma -sí, la “chica Almodóvar”- para que complete el número correcto y ahuyente la mala suerte. Solo que ella -oh, los detalles- es mucama de la familia, una migrante española con una hija fuera que sufrirá más de una humillación a lo largo de la historia a la vez que vivirá su cuento de hadas, y de amor. Mas Toni Collete parece una hada malévola o una bruja queriendo arruinar todo lo que a Rossy le sale tan bien. Con todo, no hay que ser tan inocentes y esta aparente comedia negra y adulta po

David Lynch, sueños y pesadillas

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David Lynch, sueños y pesadillas Por Jorge Zavaleta Balarezo “Mulholland Drive”, la célebre película de David Lynch conocida entre nosotros como “El camino de los sueños”, inquietó, sedujo y confundió a más de un espectador en cada lugar del orbe donde pudo verse. El hasta ahora último largometraje de Lynch, del año 2002, (luego ha rodado los cortos “Rabbits”   y   “Darkend Room”)   nos da mucho más de una clave -pese a su enmarañado argumento- para acercarnos, otra vez, al universo de un cineasta tan complejo, amante de lo onírico, lo surrealista y la fascinación por lo oscuro de nuestras conciencias. Precisamente Lynch inició este camino en su ya ahora lejana “Cabeza borradora” (1976) y luego se adhirió al “mainstream”, o el circuito comercial de Hollywood, con obras impactantes, como “El hombre elefante”, o menores como “Duna”. No sin razón, ciertos críticos y conocedores estiman que   “The straight story” (1999) es su obra maestra: la jornada de un hombre, en