El arte de Éric Rohmer y el suspense de Hitchcock
El arte de Éric Rohmer y el suspense de Hitchcock
Por Jorge Zavaleta Balarezo
(*)
El rayo verde (1986), es una de aquellas incomparables cumbres en
la copiosa y rica filmografía del maestro Éric Rohmer (1920-2010), gran
animador de la "Nueva Ola", junto a Truffaut, Godard, Chabrol,
Rivette y Agnes Vardá, y autor de los ciclos "Comedias y Proverbios",
"Cuentos Morales" y "Cuentos de las Cuatro Estaciones" (por
cierto, de esta serie, mis favoritos son Cuento
de Invierno y Cuento de Verano).
Como parte de esos ciclos, y también de
manera independiente, filmes como Mi noche con Maud, Paulina
en la playa, La mujer del aviador, La
Marquesa de O, Las aventuras de Reinette y Mirabelle, o Las
noches de luna llena se caracterizan porque, en
ellos, todo el tiempo mujeres y hombres, adultos, adolescentes, núbiles o
maduros, conversan, filosofan, teorizan, discuten, hacen comparaciones, o
buscan arreglar "citas a ciegas", en torno al eterno tópico del amor.
Así, el mágico ecran nos
muestra, de la mano de Rohmer, el amor romántico, de pareja, el que comienza
entre los más jóvenes o el que los sorprende cerca al mar o, incluso, de una
manera más íntima, pletórica de eros y fetichismo, como en la célebre La rodilla de Clara. A estos filmes se
suman La dama y el duque, que muestra
escenarios generados por un ordenador, Triple
agente o la última entrega de Rohmer, El
romance de Astrea y Celadón (2007).
Recuerdo que mi primer
acercamiento a este maestro ireemplazable, un auténtico poeta del cine --a la
manera de genios como sus compatriotas Robert Bresson y Jean Vigo--, ocurrió en
la Filmoteca de Lima, en su acogedora sala del Museo de Arte, a fines de los
80s, cuando descubrí La coleccionista
(1967), su quinto filme, y un temprano y vanguardista retrato de una chica
autónoma, plenamente independiente, consciente de su propia feminidad como de
sus sentimientos más sutiles.
En los primeros años de este
siglo, la Filmoteca de Lima, ahora en el Centro
Cultural de la PUCP, en San Isidro, ofreció una retrospectiva muy completa de ese Rohmer siempre inquieto,
filósofo, pensador.
Un artista total, capaz, por
sí solo, gracias a su amplia cultura y una extrema pasión audiovisual, de
imaginar esos diálogos sin fin, absolutamente originales, entre chicas y
chicos, o parejas maduras, sello de su notable carrera, imprescindible para
cualquier cinéfilo o cinéfago. Sin Éric Rohmer, no solo el cine francés sino
global, no se entenderían en su real dimensión. Su presencia y su actitud
detrás de la cámara siempre revelaron su propio espíritu, rebelde y libertario.
Rohmer ha contado, de una
manera expresivamente singular, genuinas historias de amor, escenificando los
primeros acercamientos, las tímidas caricias, o esos juegos de miradas entre
los futuros cómplices. A él le debemos ese
modo, tan peculiar, de introducirnos en un universo que, a un tiempo
complejo y sutil, llama siempre a la reflexión, a la máxima emoción, por
ejemplo en el plano final de El rayo
verde, una escena clásica en
la historia del cinematógrafo, que este año celebra 120 años de vida. .
Además, como los otros
mosqueteros de la "Nueva Ola", Rohmer fue uno de los críticos iniciales y también editor principal,
entre 1956 y 1963, de Cahiers du Cinéma,
la histórica revista fundada por André Bazin, el autor de ¿Qué es el cine? y teórico de la puesta en escena.
Cahiers du Cinéma es un referente mundial para cada amante del
arte de las imágenes animadas. Esta publicación propuso, desde sus inicios, una
“política de autores”, la cual superponía la figura y el rol del director como
auténtico creador y revalorizó, por ejemplo, a importantes realizadores de
Hollywood, no solo artistas sino auténticos líderes, como Alfred Hitchcock,
John Ford, Howard Hawks, Vincente Minelli o Samuel Fuller, entre muchos otros.
En esa misma línea, los críticos de Cahiers du Cinéma, todos ellos asiduos
concurrentes a la Cinémathèque française, rindieron permanente
homenaje al neorrealismo, escuela surgida en Italia en plena Segunda Guerra
Mundial, y a sus venerables creadores: Vittorio de Sica (Ladrón de bicicletas, Umberto
D, Milagro en Milán), Roberto
Rossellini (Roma, ciudad abierta; Paisà; Alemania, año cero), y Luchino
Visconti (Obsesión, Bellísima, La tierra tiembla).
Una valiosa
referencia, a propósito de esta tesis sustentada por los críticos de la
legendaria publicación gala, es el libro de François Truffaut, El cine según Hitchcock, una extensa
conversación con el "maestro del suspenso", no solo a propósito de
sus célebres, inesperados y cerebrales filmes: Vértigo, La soga, Psicosis, North by Northwest, Spellbound, Notorious,
Pacto siniestro, Agente Internacional, Los 39 escalones, El hombre que sabía
demasiado, La cortina rasgada o Frenesí.
El aclamado “Hitch”, creador
de un estilo y una estética tan personales, inició su carrera en el Reino Unido
(la llamada “Etapa británica” que incluye trabajos como The Lodger y The Ring). Asimismo, en el entorno
hollywoodense, era bien conocida la desquiciante atracción que sentía hacia las
rubias, gélidas y distantes, que trabajaron a sus órdenes: Kim Novak, Tippi Hedren, Joan Fontaine, Ingrid Bergman,
Grace Kelly, Julie Andrews, Janet Leigh, Eva Marie Saint o Doris Day.
Hitchcock (2012), de Sacha Gervasi, y
con Anthony Hopkins en el rol del genio, calvo y barrigón, que acostumbraba a
hacer apariciones sorpresivas en sus peculiares cintas, refleja esta y otras
obsesiones del cineasta inglés. Aunque, para ser honestos, esa conducta tan
ambigua e insegura, así como la relación con su esposa, Alma Reville (Helen
Mirren), durante el rodaje de Psicosis,
son ilustradas de una manera más bien general, sin la suficiente fuerza
dramática.
Igualmente, una fuente
reciente es el telefilme The Girl
(2012), dirigido por Julian Jarrold y
producido por la cadena HBO, y que narra la turbulenta relación entre Hitchcock
y Tippi Hedren (madre de Melanie
Griffith y abuela de la hoy muy popular Dakota Johnson), durante el rodaje de Los pájaros y aún en Marnie, la ladrona. T. Hedren --encarnada con soltura y naturalidad por Sienna Miller en esta película-- rechazó sus reiteradas y
atrevidas propuestas amorosas, que no pocas veces rayaron el escándalo.
Entonces, se produjo el temprano fin de su carrera en Hollywood.
Joyas igualmente valiosas de
Alfred Hitchcock (1899-1980), son Rebeca,
Blackmail, El agente secreto, Sospecha, El problema con Harry, Para atrapar al
ladrón, La dama desaparece, La sombra de una duda -con Theresa Wright y
Joseph Cotten,- o Con M de muerte, en la cual Ray Milland idea un siniestro plan para deshacerse de su esposa,
Grace Kelly, quien aparece igualmente en La
ventana indiscreta, película “voyeurista” por excelencia, al lado del
mítico James Stewart.
Estas cintas --colmadas de
suspenso, intriga, misterio-- muestran, precisamente, los elementos distintivos
en la poética de un realizador que trascendió a su época y que, desde su
llegada a Hollywood en 1940, impuso un sello característico en cada uno de sus
trabajos.
Por último, recordemos la
teleserie "Alfred Hitchcock Presenta" (1955-1962), que consta de 17
capítulos, cada uno de 25 minutos, y que, al inicio de cada episodio, nos ofrecía una breve introducción, en tono
de humor negro, por parte del singular autor inglés, y en la cual distintos
directores se aproximan a la recurrente y original temática de un maestro del
cine.
Hitchcock permanece hoy como
un cineasta clásico y un autor de culto.
Sus películas siempre llaman la atención, a partir de hechos que el director
pone en marcha como una cadena de elementos, en un perfecto engranaje. A sus
órdenes trabajaron algunos de los más grandes mitos de Hollywood: Cary Grant,
Gregory Peck, Laurence Olivier, Joel McCrea, James Mason, Paul Newman, Anthony
Perkins, Rod Taylor, o Sean Connery, el primer agente 007 “con licencia para
matar”.
(*) Ph.D. - Department
of Hispanic Languages and Literatures -
University of Pittsburgh (Estados Unidos).
Crítico de cine - Profesor de Cine y Literatura de América Latina.
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