El arte de Éric Rohmer y el suspense de Hitchcock

El rayo verde (1986), es una de aquellas incomparables cumbres en la copiosa y rica filmografía del maestro Éric Rohmer (1920-2010), gran animador de la "Nueva Ola", junto a Truffaut, Godard, Chabrol, Rivette y Agnes Vardá, y autor de los ciclos "Comedias y Proverbios", "Cuentos Morales" y "Cuentos de las Cuatro Estaciones" (por cierto, de esta serie, mis favoritos son Cuento de Invierno y Cuento de Verano).
Como parte de esos ciclos, y también de manera independiente, filmes como Mi noche con Maud, Paulina en la playa, La mujer del aviador, La Marquesa de O, Las aventuras de Reinette y Mirabelle, o Las noches de luna llena se caracterizan porque, en ellos, todo el tiempo mujeres y hombres, adultos, adolescentes, núbiles o maduros, conversan, filosofan, teorizan, discuten, hacen comparaciones, o buscan arreglar "citas a ciegas", en torno al eterno tópico del amor.


Así, el mágico ecran nos muestra, de la mano de Rohmer, el amor romántico, de pareja, el que comienza entre los más jóvenes o el que los sorprende cerca al mar o, incluso, de una manera más íntima, pletórica de eros y fetichismo, como en la célebre La rodilla de Clara. A estos filmes se suman La dama y el duque, que muestra escenarios generados por un ordenador, Triple agente o la última entrega de Rohmer, El romance de Astrea y Celadón (2007).
Recuerdo que mi primer acercamiento a este maestro ireemplazable, un auténtico poeta del cine --a la manera de genios como sus compatriotas Robert Bresson y Jean Vigo--, ocurrió en la Filmoteca de Lima, en su acogedora sala del Museo de Arte, a fines de los 80s, cuando descubrí La coleccionista (1967), su quinto filme, y un temprano y vanguardista retrato de una chica autónoma, plenamente independiente, consciente de su propia feminidad como de sus sentimientos más sutiles.
En los primeros años de este siglo, la Filmoteca de Lima, ahora en el Centro  Cultural de la PUCP, en San Isidro, ofreció una retrospectiva  muy completa de ese Rohmer siempre inquieto, filósofo, pensador.
Un artista total, capaz, por sí solo, gracias a su amplia cultura y una extrema pasión audiovisual, de imaginar esos diálogos sin fin, absolutamente originales, entre chicas y chicos, o parejas maduras, sello de su notable carrera, imprescindible para cualquier cinéfilo o cinéfago. Sin Éric Rohmer, no solo el cine francés sino global, no se entenderían en su real dimensión. Su presencia y su actitud detrás de la cámara siempre revelaron su propio espíritu, rebelde y libertario.
Rohmer ha contado, de una manera expresivamente singular, genuinas historias de amor, escenificando los primeros acercamientos, las tímidas caricias, o esos juegos de miradas entre los futuros cómplices. A él le debemos ese  modo, tan peculiar, de introducirnos en un universo que, a un tiempo complejo y sutil, llama siempre a la reflexión, a la máxima emoción, por ejemplo en el plano final de El rayo verde, una escena clásica en la historia del cinematógrafo, que este año celebra 120 años de vida.  .
Además, como los otros mosqueteros de la "Nueva Ola", Rohmer fue uno de los críticos iniciales y también editor principal, entre 1956 y 1963, de Cahiers du Cinéma, la histórica revista fundada por André Bazin, el autor de ¿Qué es el cine? y teórico de la puesta en escena.
 Cahiers du Cinéma  es un referente mundial para cada amante del arte de las imágenes animadas. Esta publicación propuso, desde sus inicios, una “política de autores”, la cual superponía la figura y el rol del director como auténtico creador y revalorizó, por ejemplo, a importantes realizadores de Hollywood, no solo artistas sino auténticos líderes, como Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks, Vincente Minelli o Samuel Fuller, entre muchos otros.
En esa misma línea, los críticos de  Cahiers du Cinéma, todos ellos asiduos concurrentes a la Cinémathèque française, rindieron permanente homenaje al neorrealismo, escuela surgida en Italia en plena Segunda Guerra Mundial, y a sus venerables creadores: Vittorio de Sica (Ladrón de bicicletas, Umberto D, Milagro en Milán), Roberto Rossellini (Roma, ciudad abierta; Paisà; Alemania, año cero), y Luchino Visconti (Obsesión, Bellísima, La tierra tiembla).
  Una valiosa referencia, a propósito de esta tesis sustentada por los críticos de la legendaria publicación gala, es el libro de François Truffaut, El cine según Hitchcock, una extensa conversación con el "maestro del suspenso", no solo a propósito de sus célebres, inesperados y cerebrales filmes: Vértigo, La soga, Psicosis, North by Northwest, Spellbound, Notorious, Pacto siniestro, Agente Internacional, Los 39 escalones, El hombre que sabía demasiado, La cortina rasgada o Frenesí.
El aclamado “Hitch”, creador de un estilo y una estética tan personales, inició su carrera en el Reino Unido (la llamada “Etapa británica” que incluye trabajos como The Lodger y  The Ring). Asimismo, en el entorno hollywoodense, era bien conocida la desquiciante atracción que sentía hacia las rubias, gélidas y distantes, que trabajaron a sus órdenes: Kim Novak,  Tippi Hedren, Joan Fontaine, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Julie Andrews, Janet Leigh, Eva Marie Saint o Doris Day.
   
     Hitchcock (2012), de Sacha Gervasi, y con Anthony Hopkins en el rol del genio, calvo y barrigón, que acostumbraba a hacer apariciones sorpresivas en sus peculiares cintas, refleja esta y otras obsesiones del cineasta inglés. Aunque, para ser honestos, esa conducta tan ambigua e insegura, así como la relación con su esposa, Alma Reville (Helen Mirren), durante el rodaje de Psicosis, son ilustradas de una manera más bien general, sin la suficiente fuerza dramática.
Igualmente, una fuente reciente es el telefilme The Girl (2012), dirigido por Julian Jarrold  y producido por la cadena HBO, y que narra la turbulenta relación entre Hitchcock y  Tippi Hedren (madre de Melanie Griffith y abuela de la hoy muy popular Dakota Johnson), durante el rodaje de Los pájaros y aún en Marnie, la ladrona. T. Hedren --encarnada  con soltura y naturalidad por Sienna Miller  en esta película-- rechazó sus reiteradas y atrevidas propuestas amorosas, que no pocas veces rayaron el escándalo. Entonces, se produjo el temprano fin de su carrera en Hollywood.
Joyas igualmente valiosas de Alfred Hitchcock (1899-1980), son Rebeca, Blackmail, El agente secreto, Sospecha, El problema con Harry, Para atrapar al ladrón, La dama desaparece, La sombra de una duda -con Theresa Wright y Joseph  Cotten,- o Con M de muerte, en la cual Ray Milland idea un  siniestro plan para deshacerse de su esposa, Grace Kelly, quien aparece igualmente en La ventana indiscreta, película “voyeurista” por excelencia, al lado del mítico James Stewart.
Estas cintas --colmadas de suspenso, intriga, misterio-- muestran, precisamente, los elementos distintivos en la poética de un realizador que trascendió a su época y que, desde su llegada a Hollywood en 1940, impuso un sello característico en cada uno de sus trabajos.
Por último, recordemos la teleserie "Alfred Hitchcock Presenta" (1955-1962), que consta de 17 capítulos, cada uno de 25 minutos, y que, al inicio de cada episodio,  nos ofrecía una breve introducción, en tono de humor negro, por parte del singular autor inglés, y en la cual distintos directores se aproximan a la recurrente y original temática de un maestro del cine.
Hitchcock permanece hoy como un  cineasta clásico y un autor de culto. Sus películas siempre llaman la atención, a partir de hechos que el director pone en marcha como una cadena de elementos, en un perfecto engranaje. A sus órdenes trabajaron algunos de los más grandes mitos de Hollywood: Cary Grant, Gregory Peck, Laurence Olivier, Joel McCrea, James Mason, Paul Newman, Anthony Perkins, Rod Taylor, o Sean Connery, el primer agente 007 “con licencia para matar”.
(*) Ph.D. - Department of Hispanic Languages and Literatures -      University of Pittsburgh (Estados Unidos).

Crítico de cine - Profesor de Cine y Literatura de América Latina.

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