El ciclo de Bergman



Por Jorge Zavaleta Balarezo




 


El célebre Ingmar Bergman, quien falleció en 2007, es, huelga decirlo, autor de obras claves y recurrentes de la cinematografía mundial y su voluntario retiro en la actualidad es producto de esa naturaleza filosófica y “antiestablishment” que ha caracterizado su carrera y su tránsito profesional y existencial por este mundo.

Con 40 filmes en su haber, el primero de ellos “Crisis” (1945 ) y director por mucho tiempo del teatro de su natal Suecia, el mejor y más sólido Begman se puede apreciar, sin duda, en “El séptimo sello”, “Las fresas salvajes” y “Fanny y Alexander” sólo para citar algunas de sus películas más relevantes, aunque, bien vale decirlo, todo Bergman es imprescindible .

Es el caso de su “Trilogía de la fe” conformada por “Como en un espejo” , “Luz de invierno” y “El silencio”, notables interrogantes acerca de las conductas humanas, llenas de un escepticismo que cuestiona cierto “status quo” y, al mismo tiempo, encierra profundas reflexiones, las cuales son, precisamente, aquellas que han elevado al cine de Bergman a la categoría de arte maestro.

Son conocidas también sus películas protagonizadas por personajes femeninos y que giran en torno a  crisis o anécdotas de éstos, y entre ellas se incluyen “Un verano con Mónica”, una cinta favorita entre muchas, “Secretos de mujeres”, “Juventud divino tesoro”, “La mujer del payaso”, “Tres almas desnudas” o “Gritos y susurros”.

Otras manifestaciones de  la diversidad y riqueza de Bergman, transmitidas desde una visión personalísima son, por ejemplo, “La flauta mágica”, el conflicto de “Escenas de la vida conyugal” o cintas por igual mayores como “El huevo de la serpiente”, “Después del ensayo”, “Sonata de otoño”, “Sonrisas de una noche de verano”, todas configuran diversas expresiones del rico universo bergmaniano en el cual, a la larga, caben propuestas no sólo “difíciles” o recurrentes sino también hay lugar para la complacencia  y el divertimento.

Pero, básicamente, y como lo demuestran algunos de los filmes aquí mencionados, Bergman es un  cineasta que ha hecho de la angustia  del vivir un tema que aflora con constancia en su dilatada carrera. Bergman comenzó como director de teatro y cada declaración suya es esperada y bienvenida siempre con expectativa.

Con Bergman, el cinéfilo aprende y goza de una manera singular, con seguridad y cercanamente, comprueba una de las variantes del  “sétimo arte” y encuentra aquello que el maestro Eiseinstein llamaba el “sentido” de esta expresión. Las cualidades y logros del cine bergmaniano están lejos de la intelectualidad o el ropaje sofisticado que algunos ven como una suerte de exilio artístico, más bien significan una verdadera muestra de sentimientos humanos, casi siempre en conflicto, pero sobre todo apreciamos en sus películas la diaria lucha del hombre contra su propio yo y sus relaciones interpersonales, atravesada por momentos tensos y singularmente expresivos.


El acercamiento al maestro Ingmar Begman y a sus filmes enaltece nuestro noble espíritu cinéfilo, sobre todo en estos tiempos en que nuestras tierras, el mundo entero y sus gobernantes viven pendientes de asuntos que, por “trascendentes”, caen en la pura banalidad.

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