Eterno Bob Hope


Ha muerto Bob Hope. El pasado 27 de julio, en su residencia de California, el último suspiro del mítico Bob nos dejó para siempre sin uno de los más grandes comediantes del cine norteamericano. Inglés de nacimiento (Eltham, 1903), justo a los cien años partió el actor de la serie fílmica “Camino a...”, que incluyó siete películas y donde compartió roles con otro grande, Bing Crosby, legendario cantante, y la hermosa Dorothy Lamour, una de las actrices más seductoras de los años 40.

Estos “Caminos a...” condujeron al trío a Marruecos, Singapur, Zanzíbar y Utopía, por ejemplo, y eran verdaderas proezas para desternillarse de risa, sobre todo si veíamos a un siempre inquieto e hilarante Bob Hope en situaciones absurdas o que requerían auxilio inmediato. A la par, su fama de “todo terreno” se fue cimentando, pues también gustó del canto y destacó como bailarín. Su participación inicial en la radio lo condujo a Hollywood, donde debutó en “The big broadcast”, en 1938.



Bob Hope es un ejemplo constante del mejor humor, que tuvimos ocasión de ver, años más tarde, en televisión. Sus gestos, esos ojos que reflejaban desesperación o mucha diversión ante situaciones insolubles, determinaron su curioso modo de actuar, y, a un tiempo, lo convirtieron en una institución nacional, pues trabajó por más de 50 años para una cadena de TV -la poderosa NBC- y fue nada menos que 18 veces anfitrión en las ceremonias del Oscar.

Gran amigo de la recordada Lucille Ball, apareció en más de un capítulo de la clásica serie que ella protagonizaba, “I love Lucy” junto a su esposo Desi Arnaz, y que para muchos refleja el mejor espíritu de una comedia clásica e inocente. Fue precisamente con Lucille que entregó el Oscar en 1989 a los productores de “Paseando a Miss Daisy”, ganadora ese año de la preciada estatuilla.

Con Jane Russell, una actriz inolvidable y símbolo erótico, y con Roy Rogers, el “cowboy” de toda una generación, actuó en “El hijo de cara pálida”, una parodia que continuaba la inicial “El cara pálida” de 1948. Sus biógrafos apuntan que su primer gran éxito fue “El gato y el canario”, de 1939, en el que ya había destellos, y grandes, de todo lo que vendría después.

No ajeno a su nacionalismo permanente y a su posición de “hombre de derecha” fue un constante animador en ese tipo de giras que las estrellas norteamericanas suelen hacer en tiempos de conflicto. Así, animó a las tropas en Corea y Vietnam e incluso en la guerra contra Irak a principios de los 90.

Lo curioso de esta “institución” que era Bob fue, en algún modo, que su muerte fue anunciada -y desmentida- en más de una ocasión. Como había llegado a los cien años, no pocos creían que ya estaba por morir, realmente. Tanto es así que una anécdota ilustra una ocasión en que, en plena sesión en el Congreso, un representante anunció el deceso de Bob, pero él aún vivía con cierta fortaleza. Gran amigo de Ronald Reagan, John Wayne  y Frank Sinatra, con ellos, y otros más, conformó una suerte de clan que se guiaba hacia los  pensamientos más conservadores. Pero su posición ideológica nunca le puso trabas para ser el grande y a veces “el más grande” que se lució en tantas películas, que bailaba y cantaba con la pasión y el entusiasmo de un niño.


Bob se ha marchado tras una vida llena de reconocimientos y éxitos. Siempre lo recordaremos como aquel singular, inigualable actor, capaz de hacernos estallar de risa ante sus constantes desvaríos y ocurrencias. La pantalla -el encuadre- solía ser excesiva para él, pues siempre se desbordaba. Y es así, precisamente, como lo recordamos, desbordante, único y ejemplar. Ahora descansa en paz entre los grandes y bien merecido tiene ese reposo eterno, tras una carrera de gloria, farándula y vodevile sin par.

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